VIII. Los de Brácana

En la Vega de Granada, Brácana es una pedanía de Illora. Está muy cerca de la Capital. Brácana, desde el tiempo de los Reyes Católicos, pertenece al condado de Guadiana, propietario del lugar. Gracias a Luis Rodríguez, que supo moverse en el momento oportuno, Brácana tiene agua potable. En tiempos fue lugar próspero, hoy apenas si cuenta con medio millar de vecinos. Corresponde al municipio de Illora.

En Brácana hay olivos y se cultivan espárragos. En pura verdad, nunca hubo futuro allí. Irremisiblemente, más tarde o más temprano, todos están abocados a la emigración, a la Capital o más lejos...

Para mi crónica amable con agricultores relacionados con las Escuelas Familiares Agrarias, me refiero aquí a tres buenos vecinos de Brácana: Juan Robledo, Paco Cervera y Luis Rodríguez Gutiérrez.

A Juan Robledo, siendo director de la EFA de Campomar, lo traté hace unos años en Almería. En Granada, recuerdo haberle oído contar el encuentro que tuvo en Roma con D. Álvaro del Portillo, entonces prelado del Opus Dei. No se le olvidó nunca a Juan el cariño con que le acogió el Padre, cómo se interesó por su trabajo y por las cosas que se relacionaban con la EFA. No disimulaba su emoción filial de aquel encuentro, tan importante en su vida.

Hablé con Paco Cervera y con Luis Rodríguez en Granada durante el mes de agosto, en el Colegio Mayor Albayzín.

PACO CERVERA

Paco Cervera es alto, serio, de pelo canoso y mirada tierna y pacífica. Parco en el habla. Lleva gafas y el día de nuestra entrevista vestía polo blanco con listas azules en el cuello y en las bocamangas. Sonríe mientras hablamos. Es hombre de sonrisa pacífica y bondadosa. Nos sentamos mientras le invito a que me hable de su pueblo. Yo sé que el pueblo de uno está siempre en la raíz oculta de todo ser. Es la parte más íntima de nuestra historia. Uno es siempre él y su paisaje recóndito: la casa, la iglesia, el sol de la tarde y el perro que ladra de madrugada. Todo eso que se encuentra cuando abrimos por primera vez los ojos al mundo. También las palabras cuando resuenan vivas como extrañas mariposas en nuestros oídos. La aldea, nuestro espacio geográfico, es parte de la piel de nuestra vida. Sin querer hablar mucho, Paco recuerda de Brácana el caserón del señor conde y la iglesia donde alguna vez entró... Recuerda que de niño su pueblo era un pueblo que parecía grande, tenía muchos habitantes, pero que después se hizo pequeño y todos se fueron marchando, nadie sabía dónde... Brácana, decían, no tiene futuro...

Sonríe y me dice que era todavía muy joven cuando apareció por el lugar don Miguel Alvarez del Manzano, sacerdote del Opus Dei, que ahora está de capellán en la Piedad... Don Miguel fue como un viento fresco en el pueblo, se hizo pronto de querer y fue importante su labor apostólica y social en el pueblo. Era párroco de Tocón–Brácana. A él se debe la construcción de la nueva iglesia desde donde, en tiempos difíciles, se hizo mucho bien a la gente de Brácana. Nadie olvida a don Miguel, que tanto se preocupó por los jóvenes. Gracias a él, y a la ayuda y entusiasmo de José María Fernández Ros, entonces director del Colegio Mayor Albayzín en su sede provisional de la Calle Tablas, en Granada, muchachos sin horizonte pudieron ir a la escuela de capataces de Almodóvar del Río, antes de que funcionaran las EFAs. Entre esos jóvenes estaban Juan Robledo, Luis Rodríguez y Paco Cervera...

—Nosotros íbamos al club juvenil que se creó en Brácana. Allí conocimos a don Miguel y al Opus Dei, –me dice Paco Cervera–. También iban otros, como Juan Escobar y Paco Arroyo, de Tocón...

—¿Y fuiste a la escuela de Almodóvar del Río?

—Fui a la Escuela de Capataces y cuando empezaron las EFAs, salí de monitor.

Me cuenta que aquella fue una etapa muy dura. Los medios materiales eran escasos. Había que trabajar horas y horas hasta ir ganando la confianza de la gente.

—¿Tu familia era labradora?

—No, mi padre trabajaba en la construcción. Yo quería emprender otro camino. Y sin darme cuenta me vi metido en la agricultura. La verdad es que me gustó.

Fue monitor en "Molino de Viento", que es como se llama la EFA de Campo de Criptana...

—Yo tenía entonces diecisiete años y era el monitor más joven de España. Me tiré allí tres años que han sido de los mejores de mi vida. Muchas veces tuve que quedarme de director. La gente de Campo de Criptana es de la mejor del mundo. En la Mancha hay gente muy buena, –repite bajando la mirada...

—¿Se portaron bien con el joven monitor?

—Muy bien, muy bien...

—¿Y cómo era entonces el Campo de Criptana?

—Es un pueblo muy bonito. Tenía unos diez mil habitantes. Estábamos cerca de Alcázar de San Juan...

Rememora esos años lejos de Brácana, entregado por completo al trabajo de la EFA recién nacida, a la formación de los jóvenes agricultores.

—Y conociste al Padre, –le digo.

—Lo conocí en Tajamar . Fuimos todos a una tertulia que hubo allí. Yo era muy joven como para darme cuenta de muchas cosas.

—¿Y después?

—Después me vine a Brácana y me puse a trabajar por mi cuenta. Me especialicé en Jardinería... y éste es ahora mi oficio... una profesión que me gusta mucho.

A Paco se le abren los ojos del todo detrás de los cristales de sus gafas. Uno está convencido de que, si por él fuera, convertiría el mundo en un jardín. El mundo sería como un hermoso edén forestal poblado de aromas, fuentes y pájaros del paraíso. Paco Cervera, ahora me doy cuenta, es un poeta de las flores, acaso un humildísimo poeta seráfico...

—Y te casaste...

—Me casé y tengo tres hijos. Tengo una hija Numeraria auxiliar(1) de la Obra...

—¿Y eres feliz?

Se le ensancha la sonrisa.

—Muy feliz, gracias a Dios.

Le pregunto por Luis Rodríguez y me dice que Luis es el hombre más importante de Brácana. Un día lo llevó a su casa y se tiró la tarde hablándole de la Obra. Lo que Luis no consiga no lo consigue nadie...

—Brácana no sería nada sin Luis Rodríguez...

LUIS RODRIGUEZ

Me encuentro con Luis Rodríguez Gutiérrez, de Brácana, nacido en enero de l945, una tarde de agosto en el patio del Colegio Mayor Albayzín. No quería irme de Granada sin verlo. Había coincidido con él en alguna convivencia de verano. Es un hombre afable y dinámico, yo diría que emprendedor. Da la sensación de estar a punto de empezar alguna cosa. Sonríe mientras nos sentamos y habla a borbotones tratando, sin conseguirlo, de dar alcance a su pensamiento. Hay que estar atento a ese desbordamiento de su palabra.

Como Paco Cervera, también tuvo que dejar pronto la escuela. Me cuenta que estuvo dando clases particulares. Sus padres eran agricultores modestos que, además, para ayudarse, tenían una pequeña tienda de comestibles. A él siempre le gustó el campo. Tenía trece años. En Brácana había pocas opciones. Y entonces se puso a pensar qué es lo que podría hacer para no salir de su pueblo...

—Llegó don Miguel y las cosas empezaron a cambiar. El mundo tomó de pronto otro color, como si se empezaran a abrir caminos que antes no veíamos. Lo primero que hizo fue cristianizar el pueblo y darnos a todos confianza, especialmente a los jóvenes que no sabíamos qué hacer. Nos organizaba retiros espirituales en el mismo campo, adonde acudíamos a oírle. Es lo que hacían los primeros cristianos. Nos cambió por completo.

—¿Y quién era ese don Miguel?

—Era un cura del Opus Dei(2) que vino de párroco a Tocón–Brácana... Nos hizo una iglesia...

—¿Y qué era lo que te llamaba la atención de todo aquello?...

—Me llamaban la atención muchas cosas. Como éramos jóvenes, lo que más nos gustaba era el lenguaje de don Miguel, un lenguaje nuevo, que no habíamos oído nunca. Nos hablaba del trabajo dándole un sentido nuevo. Nunca habíamos oído hablar de la santificación del trabajo. ¿Qué‚ quería decirnos con eso? No lo entendíamos bien. Don Miguel decía que el trabajo no es ningún castigo, que todos tenemos derecho a trabajar y que teníamos que hacerlo honradamente, convertirlo en una oración, sabiendo que es para Dios para quien verdaderamente trabajamos y no era para el señor conde o para otro patrón cualquiera, aunque la cosecha vaya a su granero... La cosecha más importante es la que se almacena en el cielo... Y que ese era el camino de nuestra santificación...

—¿Y?

—No era fácil.

—¿No?

—Porque nosotros no teníamos ningún trabajo y era eso lo que queríamos hacer. Necesitábamos educación. ¿Cómo podíamos hacer un trabajo bien hecho si no sabíamos cómo se hacía? Nos gustaba oírle, nos gustaba eso de que el trabajo de un agricultor como nosotros podía ser mejor, a los ojos de Dios, que el trabajo de un ingeniero que cobra mucho pero no se preocupa de su trabajo... ¿Te das cuenta? Con el tiempo nos daríamos cuenta de lo que nos estaba diciendo... Ahora sabemos que todos somos iguales a los ojos de Dios...

—¿Y si el patrón no se porta bien?

—Eso irá a su conciencia. Tan obligado como estoy yo a hacer las cosas en justicia está también él. Si no lo hace, eso será cosa suya... Mi justicia clamará contra su injusticia...

—¿Y que fue lo que hizo don Miguel?

—Nos llevó a Almodóvar del Río a la escuela de capataces que allí había...

—¿Cuánto tiempo estuviste allí?

—Yo estuve tres meses. Como sabía manejar el tractor, estuve trabajando en la finca que tenía arrendada Manuel Verdejo y luego pasé a la escuela cuando hubo una vacante. ¡Qué buena gente había allí! Guardo muy buenos recuerdos de ese tiempo. En una tertulia oí hablar de las EFAs a Joaquín Herreros. Cuando empezó a funcionar la EFA de Casablanquilla, en Brenes, quisieron que me fuera allí de monitor, pero yo estaba deseando de venirme a Brácana donde tenía novia. Yo ya tenía mi propio tractor y con este trabajo ayudando a mis vecinos y también a mi suegro que tenía unas tierras, empecé a salir adelante...

¿Qué año fue eso?

—Era por el año setenta...

—¿Y qué te encontraste en Brácana?

—Bueno, Brácana estaba hecha una pena. Ni había infraestructura, ni teníamos agua potable. Era un pueblo perdido. Cada vez había menos gente...

—Y estabas recién casado...

—Y estaba recién casado...

—¿Cuántos hijos tienes?

—Tenemos seis hijos. Tres están ya casados. Tengo una hija Supernumeraria de la Obra, que está casada y vive en Antequera. Tengo otra Numeraria auxiliar.

—Pero el tiempo de Almodóvar no se te ha olvidado...

Sonríe, me mira a los ojos, sintiendo cómo las palabras se le atropellan en la boca, detrás de ese labio roto quizá por las prisas...

—Vino un día a Brácana Felipe González de Canales y en cuanto me vio y vio cómo estaba Brácana, me echó un follón tremendo. Me echó en cara con razón cómo no hacía nada viendo el pueblo en las condiciones que estaba... Me dijo que tenía que moverme y ponerme a trabajar y que el obligado a sacar el pueblo de aquella situación era yo y nadie más que yo... Yo tenía entonces veintisiete años... Con las orejas gachas, encomendándome a nuestro Padre, me fui a Montefrío a visitar al Jefe de la Oficina de Extensión Agraria, don Francisco Osuna, a quien le conté lo que pasaba con las aguas, y el hombre enseguida me atendió y me ofreció toda clase de ayuda. De allí me fui a Íllora y visité al alcalde, que entonces era don Antonio Palomino y, aunque hubo problemas con los regantes y con alguno que no quería que el agua pasara por su finca, las cosas se arreglaron y el agua llegó a Brácana.

—En ese tiempo nació mi quinto hijo... Y empecé a dedicarme a la EFA de El Soto, en Chauchina, puesto que ya era padre de alumno: tenía dos hijos en la EFA. Me hicieron de la Comisión gestora y me nombraron secretario de promoción. Esto suponía mucha actividad, ya que era el encargado de visitar a las familias para que mandaran sus hijos a la escuela...

—También enseñabas maquinaria...

—Sí, yo conocía bien el manejo del tractor y me dediqué a enseñarlo en la escuela. Mis hijos también sabían llevarlo. Ahora soy presidente de la comisión gestora. Se hacen muchas cosas en la EFA, ahora no es como antes. Se ha progresado mucho. Se da mucha formación y los muchachos salen muy bien preparados. Hasta van a la universidad... Cuando me pongo a pensar, cuando veo mi vida, me doy cuenta de que todo lo que he hecho ha estado siempre movido por el espíritu de la Obra... Todo lo que se ha hecho, se ha hecho porque había que hacerlo... Yo me hice de la Obra después de ser cooperador seis años, cuando nació mi primer hijo... Todo lo que me ha pasado ha sido maravilloso...

Me cuenta que cuando la beatificación del Fundador del Opus Dei habían decidido no ir a Roma por falta de dinero. El año había sido muy malo...

—Entonces pasó que nos llamó un primo mío, que no es de la Obra, y nos preguntó si íbamos a ir a Roma, porque ellos habían decidido ir... Y después de éste, nos llamaron otros parientes diciéndonos que también estaban dispuestos a ir... Entonces, cuando vimos que estos, que no eran del Opus Dei, estaban todos dispuestos a ir a Roma, decidimos ir también nosotros como fuera... ¡Y cuánto nos alegramos de haber ido! El Padre se hartó de derramar gracias sobre todos nosotros... Hasta un hijo mío, que estaba en paro, cuando volvimos se colocó enseguida y ahora está fijo en su empresa...

—¿Tú llegaste a conocer al Padre?

—Sí. Lo conocí en Pozoalbero en l972. Hubo tertulia allí y llevé conmigo a mi mujer y a mis padres. Estuvimos sentados en la tercera fila de sillas, frente a él. Estábamos embobados mirándole y oyéndole con aquella gracia que tenía. Se te hacía corto el tiempo. Aunque cuando se ponía serio y tenía que decir las cosas, las decía y bien fuerte... Recuerdo que estaba allí alguien que me hacía gestos para que le preguntara alguna cosa al Padre, pero yo no me atreví... Me daba cuenta de que estaba delante de un hombre muy santo...

—Y también conociste a don Alvaro...

—También le vi en Pozoalbero, esta vez en 1992. Salimos de Granada de madrugada y llovía cuando llegamos a la campiña de Jerez. Luego abrió el sol y se quedó un día espléndido. Don Alvaro era otro santo. Todas las cosas que dijo aquella mañana estaban llenas de santidad. Se veía que vivía para Dios...

Había llovido mucho aquella madrugada y las sillas estaban mojadas por la lluvia. Millares de personas aguardaban impacientes la llegada de don Alvaro. Brilló el sol en su cenit y desaparecieron paraguas e impermeables. Había gente allí de toda Andalucía. Olía húmeda la campiña del vino y del caballo y la mañana se impregnó de la palabra cariñosa, consoladora, llena de espiritualidad de aquel hombre de Dios que nos hablaba de la filiación divina...

—Cuando llegó un aniversario de mi boda, organicé con una furgoneta alquilada, de nueve plazas, una peregrinación a Lourdes pasando por Torreciudad. Iba con toda mi familia y me sobraban tres plazas. Entonces invité a un hermano mío diciéndole que íbamos a ir a Lourdes, pero cuando se enteró que pasaríamos por Barbastro y Torreciudad, quiso echarse a atrás. Le convencí diciéndole que en Barbastro veríamos a un íntimo amigo suyo, de Brácana, que vivía allí hacía tiempo... Entonces vino con su mujer... Subimos al Santuario y quedamos impresionados pero, más que ninguno, mi hermano, que se acercó de nuevo a los sacramentos...

JUAN ROBLEDO

Juan Robledo Moreno es mi tercer personaje de Brácana. No pude entrevistarle hasta finales de agosto a causa de sus muchas ocupaciones. Juan está habitualmente en Almodóvar. A mis preguntas contesta que fue de los primeros que conocieron la Obra en su pueblo. Por nacimiento, siempre estuvo vinculado al medio rural. Muy niño tuvo que trabajar en el campo. Le recuerdo que le conocí en una convivencia del Colegio Mayor Albayzín. Por entonces creo era director de la EFA de Chau-china. Me cuenta que, en l97O, se incorporó a las EFAs y que tuvo la oportunidad de estudiar en la Escuela de Capacitación Agraria Torrealba, en Almodóvar del Río. Ya era de la Obra...

Le pregunto cómo eran aquellos años en Almodóvar y, sin pensárselo, me contesta que fueron unos años aprovechados al máximo.

—En Córdoba estuve desde l964 a l97O. Fue en este año cuando me incorporé a la EFA.

—Entonces fuiste de los que conocieron al Padre...

—La primera vez que vi a nuestro Padre fue en l967 en Pozoalbero. Guardo un gran recuerdo de aquella tertulia. Nuestro Padre nos animó a seguir formándonos y nos habló de la santificación del trabajo en el medio rural. Siempre he tenido en cuenta aquellas palabras suyas. Hacía falta dar una buena formación profesional, cultural, humana y cristiana a la gente del campo.

—¿Y cómo fueron aquellos primeros años en la EFA?

—Empecé a trabajar en el curso l97O–71. Me tocó ir a la EFA de Extremadura, donde me pasé diez años de duro trabajo. Los padres participaban en el centro y eran los protagonistas de la formación que se impartía, desarrollando una labor de promoción y desarrollo social con toda la gente de la comarca.

Rememora Juan ese tiempo, las convivencias mantenidas con los alumnos los fines de semana. Todas aquellas actividades daba ocasión de acercar muchos alumnos a Dios. Muchos tuvieron entonces ocasión de conocer más a fondo el espíritu del Opus Dei. Algunos de ellos recibieron de Dios la llamada a la Obra.

—¿Y los padres?

—Los padres respondieron muy bien a las actividades de formación que la EFA organizaba, apoyando siempre el modelo educativo que desarrollábamos con los alumnos y amigos de la comarca. El tiempo que estuve en Extramadura, tanto para mí como para mis compañeros monitores, nos sirvió de gran experiencia y nos ha sido de gran utilidad durante estos años.

—Y te viniste a Almería...

—Cuando creí que me iba a quedar en Extremadura para siempre, en l981 me propusieron cambiar a la EFA de Campomar de Aguadulce. Acepté enseguida, sin poner ninguna pega. Tenía muy presente las ideas que nuestro Padre nos transmitió de estar siempre disponibles. Lo importante era la labor de formación social que podíamos hacer allí donde fuéramos. Tuve la suerte de que ese mismo año empezó el centro de la Obra en Almería.

Eran aquellos años importantes para Almería. Comenzaba a despegar la Almería pujante, el emporio de la nueva agricultura bajo plástico, los campos de Dalías y El Ejido, hacia el mar. El paisaje desértico comenzó a transformarse en vergel. Níjar, Campohermoso. Siempre bajo un sol radiante...

—Estuve en Almería trece años, –me dice como en una ensoñación–. Trece años, –repite–. Los tres primeros fueron de un trabajo intensísimo, de plena dedicación. Había que sacar la EFA adelante. No fue tarea fácil. Recuerdo un 26 de junio memorable, aniversario de la ida al cielo de nuestro Padre, cuando las gestiones que se venían llevando a cabo con la Caja de Ahorros de Almería parecían condenadas al fracaso y no veíamos la luz por ninguna parte, de repente ese día todo se arregló y las cosas vinieron a su cauce. Una vez más, nuestro Padre ayudaba a las EFAs desde el cielo, no nos abandonaba. Cuando uno piensa en estas cosas y tantas como se han vivido, se llena de esperanza... Teníamos que seguir con nuestra labor como él nos pedía...

Repite estas palabras como si las meditara, convencido de la constante asistencia del Padre. Teniendo en su mente su figura y sus palabras de aquella tertulia de Pozoalbero.

—Era necesario devolver la esperanza a las gentes del campo, –me dice–. Teníamos que seguir con nuestra labor de formación tratando de devolver la fe y la dignidad a un sector tanto tiempo maltratado. Era la gente del campo la que nos demandaba que viniéramos a ellas y les ayudáramos...

Le recuerdo su visita a Roma y su encuentro personal con Don Alvaro.

—¿Cómo fue aquel encuentro?

—El año l99O tuve ocasión de participar en un seminario de la familia que tuvo lugar en Roma organizado por las “Maisons Familiales” Rurales Internacionales y tuve la suerte de que el último día me recibiera Don Alvaro del Portillo, primer Prelado de la Obra. Estuve con él quince minutos a solas. Me preguntó muchas cosas. Me dijo: Juan, ¿cuántos años llevas trabajando en las EFAs? Padre, veinte años. Es una bendición del Señor, comentó. Entonces se puso a encomendar esta labor de formación y desarrollo social con gentes del campo que ya en l932 venía siendo una de las preocupaciones de nuestro Padre. Tenéis que aprovechar esta labor para cristianizar la sociedad y llevar mucha gente a Dios, para que los alumnos y sus familias quieran y amen mucho al Señor.

Aquella conversación con Don Alvaro fue muy importante para Juan. Comprendió cómo todos los problemas a que habían tenido que hacer frente, tanto en las EFAs de Campomar como en la de El Soto, no habían dejado nunca de estar presentes en la oración del Padre. Su ayuda había sido fundamental.

—Nuestro Padre nos ayudó con su oración cuando estaba en la tierra y ahora no dejaba de ayudarnos desde el cielo... Era impresionante la fuerza de su oración...

—¿Y cómo fue tu despedida con Don Alvaro?

—Me bendijo diciendo: Señor, bendice a este hijo mío en este trabajo tan estupendo que hace. Hazlo eficaz, lo mismo que lo has hecho en estos veinte años a tu servicio trabajando en las EFAs. Hazlo muy fiel.

—Sería muy conmovedor para ti...

—Sus palabras me han ayudado siempre a confiar en el Señor sin poner pegas viviendo el proyecto educativo con los alumnos y sus familias, aunque los medios normalmente fueran escasos...

En estos últimos años, tanto en la EFA de Campomar de Almería, como en la EFA de El Soto, de Granada, se ha venido desarrollando una labor de formación profesional, humana y cristiana muy interesante y hoy se puede decir que grandes profesionales de la agricultura, empresarios o gerentes de grandes empresas han sido alumnos de ellas...

Me cuenta que desde el curso l993–94 se hizo cargo de la Federación de las Escuelas Familiares Agrarias de Andalucía y Extremadura como Secretario General, teniendo ahora su residencia en el Centro de Promoción Rural EFA Torrealba, en Almodóvar del Río. Han sido años de coordinación de los distintos centros, así como de gestiones para conseguir las correspondientes autorizaciones para adaptar estos centros al nuevo sistema educativo. Las relaciones con las distintas autoridades educativas fueron siempre fluidas y se consiguió transformar las EFAs al nuevo sistema. Ello nos dio ocasión para poder explicar con claridad la labor de nuestras Escuelas Agrarias en el mundo rural y, sin dejar de apoyarnos en nuestro Padre, hacer comprensible a los responsables de educación lo que es la Prelatura y la labor de las EFAs...

—¿Y cómo son estos años en Torrealba?

—En estos años he tenido ocasión de tener un seguimiento muy importante con los alumnos y sus familias, especialmente en lo que se refiere a los medios de formación; he podido participar en todas las actividades organizadas por la EFA, y no olvidar así los consejos paternales que recibí de don Alvaro. Son muchos los antiguos alumnos con que contamos, gente que ha mejorado considerablemente su nivel y forma de vida, muchos convertidos en líderes de sus pueblos o de sus comarcas, que nos envían sus hijos a la EFA. Es consolador, al cabo de los años, contemplar esta realidad, este cambio de paisaje. Justo es agradecérselo a nuestro Padre en este centenario sabiendo que las gentes del campo estaban ya, desde el principio, entre sus preocupaciones más importantes... No queremos, pues, que falte el agradecimiento a nuestro Padre de todos los que trabajamos en estas Escuelas...

Tomo nota de las últimas palabras de Juan Robledo, uno de los “tres de la fama” de Brácana, que tanto corazón supieron poner, con la ayuda de D. Miguel, de José María, y de otros fieles de la Obra, en la solución de los problemas de esta tierra nuestra y en la promoción de sus gentes...

(1) Algunas Numerarias –las Auxiliares– se dedican principalmente a los trabajos domésticos de las sedes de los centros de la Prelatura, como amas de casa, contribuyendo así a que esas casas tengan un auténtico sabor de hogar cristiano.

(2) Intrínsecamente unida al Opus Dei hay una asociación de clérigos: la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz. Está formada por los clérigos de la Prelatura y por otros presbíteros y diáconos diocesanos. Los clérigos diocesanos que se adscriben a la sociedad buscan recibir ayuda espiritual para alcanzar la santidad en el ejercicio de su ministerio, según la ascética propia del Opus Dei. Cada uno de ellos sigue incardinado en su propia diócesis y depende sólo de su obispo, también en lo que se refiere a su trabajo pastoral.